La actual generación (o al menos sus elementos más característicos) tiene una serie de méritos que nos permiten esperar un futuro mejor.
Esta generación busca un modo de existencia profundamente diferente del nuestro. Nosotros hemos vivido de trabajo y de creencia; nuestra razón para vivir la constituían la búsqueda de la subsistencia y la adhesión a una interpretación indiscutida del sentido de la vida.
Hoy día constatamos una desvalorización del trabajo. Para los jóvenes (e incluso para los menos jóvenes), la felicidad no se encuentra ya en la profesión, sino en el amor. Ya no quieren vivir para trabajar, sino trabajar (lo justo) para vivir.
La verdadera satisfacción, el sentido de la vida, reside, según ellos, en las relaciones humanas, en la comunicación, tanto física como espiritual, en la amistad, en la comunidad, en el amor. Poseen esa sensatez que muchos adultos mayores no hemos tenido: presentir que la felicidad no ha de venirles ante todo del éxito profesional, sino de la riqueza de su propia humanidad puesta en relación con la de los demás.
Se encuentran ante la enorme aventura de tener que aprender a amar y fundamentar toda su existencia en ese sentimiento, tan difícil de discernir y de perpetuar: EL AMOR.
Querer amar y ser amado: nada hay más natural ni más fácil, piensan los jóvenes; basta con seguir la inclinación del corazón, afirman, sin embargo esto es un ¡tremendo engaño! ¿Por qué? Porque el amor es un aprendizaje, una ascesis, y se vive en medio de la incomprensión y a base de trabajos y conflictos. “En el amor, los comienzos siempre son deliciosos; ¡por eso se intenta comenzar una y otra vez!” Y no se soporta el resto, que es lo más importante.
Todos nos sentimos tentados de trasladar al amor los hábitos del trabajo (¡lo único para lo que hemos sido preparados durante años!): la posesividad, por ejemplo: Eres mío/a…..Me perteneces…..Tengo una mujer…..Tengo un marido…..
Pero resulta que el amor es gratuito, y jamás se tiene al otro contra su libertad. La verdadera maravilla del amor consiste en que es un don recíproco, siempre inmerecido, sorprendente, y nuevo; un encuentro que se vive como una fiesta. El amor acepta no tener derecho alguno. Se embelesa con el don del otro y acepta considerarse nada y, no obstante, hacer donación de esa nada que para el otro resulta inestimable.
En el amor, para recibir es necesario abrirse; para acoger el don del otro es preciso darse a él con la misma totalidad con que se le desea recibir.
¿Serán estas las razones por las que los jóvenes ven con recelo el matrimonio? La verdad es que, al menos, tienen la modestia de no considerarse naturalmente capacitados para vivirlo. Recuerdo que todavía en mi generación accedíamos al matrimonio con el convencimiento de que las estructuras sociales o religiosas (las gracias del matrimonio) nos iban a proporcionar las fuerzas necesarias para vivirlo con éxito. Hoy todo el mundo sabe que en el matrimonio, no se va a encontrar más que aquello que se ha llevado. Por eso los jóvenes se acercan hoy al matrimonio con muchísima prudencia, después de haber pasado etapas -a veces muy prolongadas- de relaciones sexuales a todos los niveles, después de haber vivido juntos e incluso después de haber sido padres o madres.
Dudan de sí mismos, lo cual está muy bien, porque sirve para obviar el principal peligro del antiguo matrimonio: el de una estúpida seguridad que hacía del matrimonio el término del amor, en lugar del comienzo del mismo. El marido se aburría, volvía a su profesión y a sus parrandas con los amigos, cuando no a sus queridas, y dejaba “viuda” a su mujer al día siguiente de regresar del viaje de bodas.
Hoy los jóvenes saben que su matrimonio ha de ser una creación común, una atención recíproca, un reajuste incesante de sus conflictos, con el fin de inventar juntos su forma concreta de existencia, sin modelos prefabricados ni “roles” estereotipados.
En cualquier caso, ya no se resignan a ir muriendo el uno junto al otro sin esperanza y sin amor y, esto es muy válido ya que más vale reconocer que un amor ha muerto y no morir con ese amor. Hoy los jóvenes dudan del matrimonio y estoy de acuerdo con ellos siempre y cuando en esta duda vean la ocasión de un inmenso progreso, porque así algún día podrán creer en ello de una manera sana…….a menos que perpetúen nuestro errores, ya sea rechazando todo compromiso que no esté totalmente garantizado, ya sea comprometiéndose con la ilusión de que efectivamente lo está.
Para quienes se interesaron en este artículo que no es otra cosa más que el reflejo de mi larga búsqueda hacia ese Dios tan cercano y, sin embargo tan oculto, les obsequio una reflexión que bien podría ser su corolario: El verdadero combate se libra en el fondo del corazón del hombre y contra todo cuanto le impide latir al ritmo de su deseo, que es el deseo de Dios.